Vinieron meses difíciles, luchando además con la distancia, la separación física, pero poco a poco también se acercaba nuestra partida: dejar por quien sabe cuanto tiempo la familia, los amigos, los vecinos, la cama y la tv , el vestido favorito apto para climas cálidos, casi imposible de usar a 2600 msnm, las calles, los paisajes, la calidez. Una partida obligada, a fuerza, con un sinfín de emociones, pensamientos, sensaciones a flor de piel. Este no fue obviamente un viaje de placer, turístico, fue un viaje a lo desconocido, no hacia la aventura como lo pude haber tomado a mis veintes o treintas, porque cuando ya tu vida esta comprometida hacia la formación de los hijos todo gira en torno a su bienestar inmediato y futuro. Cuando tus padres están en su años dorados, el ocaso de la vida a la distancia se aprecia mas cercano y crece el temor. Y cuando las circunstancias de un país y su devenir están en las manos equivocadas y éstas además favorecen su deterioro, su ruina de manera sistemática, se cuestiona hasta la esperanza...
Bien se dice que los cambios, las nuevas experiencias favorecen y enriquecen nuestra capacidad de levantarnos de las caídas, cada una de ellas aporta una enseñanza, pues los venezolanos ya tenemos bastante campo recorrido en estas lides. Hemos evolucionado individualmente, dentro o fuera de nuestro terruño, demostrando al mundo nuestras capacidades de adaptación, mas allá de nuestra preparación académica, pues estamos aprendiendo y emprendiendo en áreas muchas veces nada relacionadas con nuestras carreras universitarias. Y así vamos, paso a paso, creciendo también como familia, amoldándonos a un nuevo entorno, sin dejar de añorar las raíces y de soñar un porvenir más justo, más humano, para nuestra VENEZUELA y los venezolanos.
En los meses previos al viaje |
Rumbo al aeropuerto, 3 am. |
Desde la sala de espera |
Listos para abordar |
Llegando a UIO |
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